Treinta y seis dias en el mar: como estos naufragos sobrevivieron alucinaciones, sed y desesperacion : Noticias de
Ncula, un trabajador agricola de 22 años de Guinea-Bissau, habia tratado de ahorrar dinero al trabajar en los campos de Fass Boye antes de abordar la piragua condenada al fracaso. Pero los 150,000 francos CFA (unos $250) que gano tras varios meses no fueron suficientes para mantener a sus hermanos menores.
Cuando se presento la oportunidad de abordar un barco a España, le pidio a su hermano mayor que vendiera las vacas de la familia en casa para ayudarlo a pagar los 400,000 francos CFA ($665) por un lugar —aproximadamente lo que ganaria en un año. La familia lo considero una inversion.
Ncula y otro amigo de Guinea-Bissau, Sadja Mane, eran los dos unicos forasteros a bordo. Ncula no hablaba wolof, el idioma mas hablado en Senegal y en el que conversaban la mayoria de los hombres en el barco. Por eso se mantuvo cerca de Mane, quien habia vivido en Senegal durante años y traducia para el.
Al final, Mane sucumbio a la sed y al hambre. Murio alrededor del dia 25, recuerda su amigo.
Incluso entonces, Ncula permanecio junto a su cuerpo. Si los rescataban, penso, enterraria a Mane.
Pero cuando Ncula abrio los ojos a la mañana siguiente, el cuerpo de su amigo ya no estaba. Otros lo habian arrojado al oceano. Le aterrorizo que a el tambien lo arrojaran por la borda.
“No podia dormir porque tenia mucho miedo”, dice Ncula.
Le preocupaba que alguien lo matara en un momento de ira o desesperacion. Permanecio en su rincon, intentando sobrevivir lo mas discretamente que le era posible. Él era, despues de todo, el ultimo forastero que quedaba a bordo.
Finalmente, la atencion se centro en el.
“¿Por que no estas cansado como el resto de nosotros?”, Ncula recuerda que lo reclamaron, aunque estaba seguro de estar tan agotado, deshidratado y hambriento como todos los demas. ¿Creian que el tambien estaba maldito?
“Me amarraron del pecho. Me ataron del cuello. Me ataron los pies”, recuerda Ncula. Todavia tenia cicatrices en la espalda y el pecho en el momento de la entrevista. Tenia los pies hinchados. Le dolian las articulaciones.
Ncula dice que estuvo atado durante dos dias vestido solo con sus calzoncillos. Incapaz de moverse y sin comida ni agua, perdia el conocimiento y volvia en si. Por fin, un hombre mayor a bordo se apiado de el y lo solto. Su salvador finalmente murio tambien, dice Ncula.
Los demas sobrevivientes no confirman ni niegan que Ncula estuviera atado. Algunos dicen que era dificil ver y recordar todo, y dificil distinguir entre la realidad y las alucinaciones.
Los dias eran largos, calurosos y agotadores. Empapaban su ropa con agua de mar para refrescarse, pero “unos minutos despues estaban secas”, recuerda Dieye.
Las noches eran peores. En la oscuridad, el aullido del viento era interrumpido por llantos, gritos y arcadas de quienes sufrian a bordo.
“Llega un momento en el que ni siquiera puedes pensar en nadie mas”, dice Dieye. “Piensas en ti mismo y te preparas para morir”.
La muerte parecia inevitable; esperarla era insoportable. Cuando llegaron a la marca del mes, la gente comenzo a saltar en un intento desesperado por nadar hacia un lugar seguro o tal vez para salir de su sufrimiento.
Primero, fueron cuatro. Uno o dos dias despues, otros 10. Luego otra docena.
“Cuando contamos cuantas personas habian saltado, eran mas de 30”, dice Dieye.
“Estaban nadando y decian: ‘¡Me voy a salvar! ¡Me voy a salvar!’”, recuerda Ncula. “Yo solo me sente alli porque ya no me quedaban fuerzas”.
Los que permanecieron a bordo observaron ansiosamente como los nadadores desaparecian en el horizonte.
Algunos se hundieron justo delante de ellos.
En ese momento, cree Gaye, muchos habian “perdido la cabeza”.
Dos noches despues de que saltaran los ultimos hombres, aparecieron luces en el cielo. Quienes estaban despiertos rapidamente encendieron sus telefonos inteligentes y activaron las linternas de los dispositivos, agitandolos en el aire. Sin cobertura celular en medio del oceano, habian mantenido sus celulares apagados durante el viaje para ahorrar bateria.
Al principio no paso nada. Eran ignorados nuevamente —o eso creyeron.
Las luces pertenecian al Zillarri, un barco de apoyo a la pesca del atun de propiedad española con bandera de Belice.
Abdou Aziz Niang, un mecanico senegales que trabajaba en el barco, estaba casi dormido cuando uno de los marineros de cubierta lo llamo. Hay una piragua alla, le dijo. “Eso es imposible. Esta demasiado lejos”, respondio Niang.
Cuando salio el Sol, los miembros de la tripulacion volvieron a mirar por sus binoculares. Era en efecto una piragua y habia gente a bordo.
“Estaban tan flacos. Vi sus ojos, sus dientes y solo huesos”, recuerda Niang. Pidio al capitan ir mas rapido.
Mientras tanto, en la piragua, Dieye se lavaba la cara cuando vio que el Zillarri se acercaba a ellos.
“¿Que estan haciendo aqui?”, les grito Niang, el tripulante senegales, en wolof.
“Salimos de Senegal, pero tuvimos problemas”, respondieron los hombres.
“¿Cuanto tiempo llevan aqui?, pregunto Niang.
Habian pasado 36 dias.
Ahora estos hombres, que huian a Europa porque la sobrepesca industrial habia hecho insostenible su medio de vida, eran rescatados por un barco pesquero europeo.
El Zillarri dio vueltas alrededor de los migrantes y la tripulacion les arrojo botellas de agua. Los sobrevivientes se apresuraron a atraparlas.
Siguiendo el protocolo, el capitan español alerto al Centro Nacional de Coordinacion de la Sociedad de Salvamento y Seguridad Maritima de España sobre los migrantes en peligro y compartio sus coordenadas. Mientras tanto, Niang llamo a la marina senegalesa. Pasaron las horas entre que las autoridades de España, Cabo Verde y Senegal se comunicaron y el capitan esperaba instrucciones. En ese tiempo, Niang fue testigo de la muerte de mas personas a bordo.
Por fin, el barco recibio instrucciones: llevar a las personas rescatadas al puerto mas cercano, Palmeira, en la isla de Sal, en Cabo Verde, a 290 km (180 millas) de distancia.
La tripulacion ato cuerdas al barco y comenzo a remolcarla hacia la costa.
De repente, la piragua —que se pudria por el largo viaje en el mar— comenzo a desbaratarse. Remolcarla no funcionaria, por lo que el barco español comenzo a jalar la piragua hacia si para subir a los sobrevivientes al Zillarri. Luego vino la tarea de recuperar los cuerpos de los muertos.
A pesar de sus esfuerzos, uno de los rescatados —un adolescente— murio antes de llegar a la costa. Yacia rigido junto a los demas, con los ojos y la boca abiertos. Niang lo toco y se dio cuenta de que el chico no despertaba. “¡Acaba de morir; no es posible!”, grito Niang en un video que grabo con un celular en el lugar.
Los sobrevivientes fueron colocados en cubierta sobre redes de pesca y les dieron comida y agua. La tripulacion los cubrio con lonas azules. Apenas capaces de moverse, algunos en estado de shock por la terrible experiencia, se acurrucaron juntos durante la noche.
Cuando llegaron a Palmeira a la mañana siguiente, soldados uniformados y voluntarios de la Cruz Roja ayudaron a los 38 supervivientes a bajar del Zillarri. Algunos tuvieron que ser transportados en camillas. Dentro de una tienda de campaña, los paramedicos les dieron liquidos por via intravenosa. Algunos fueron hospitalizados. Eran piel y huesos.
Con la ayuda de una grua y una red de pesca, la tripulacion del Zillarri levanto un grupo de cadaveres de la cubierta superior y los traslado al asfalto. Posteriormente serian identificados como los restos de Amsa Sarr, Ndiaga Diop, Pape Mboro, Maguette Dieye, Bogal Thiam, Adama Sall y Pape Sow.
De los 63 que murieron durante el viaje, solo esos siete fueron recuperados y enterrados en Cabo Verde. El resto de los muertos permaneceria en el Atlantico.
Los supervivientes no pudieron celebrar. Estaban vivos, si. ¿Pero a que precio? Sus familiares habian invertido en su viaje a Europa, vendieron posesiones para pagar su transporte con la esperanza de que los jovenes consiguieran trabajo y enviaran dinero a casa. En cambio, volvieron al punto de partida. Regresarian con las manos vacias y con terribles noticias. ¿Como anunciarian la perdida de tantos hermanos? ¿Quien mantendria a los padres, viudas e hijos de los fallecidos?
Mientras esperaban la repatriacion a Senegal, las autoridades encerraron a los migrantes, incluidos los menores, al interior de una escuela. Durante una semana, durmieron en colchones en el suelo.
En el aula convertida en cafeteria, los sobrevivientes pasaron el telefono celular de uno de los voluntarios de mano en mano a traves de tres largas mesas de comedor. Sollozaron y respiraron profundamente mientras veian un video compartido en WhatsApp por uno de sus familiares en casa: era una presentacion con imagenes de quienes murieron, con musica melancolica senegalesa.
Los supervivientes fueron llevados de regreso a Dakar el 21 de agosto a bordo de un avion militar. A cada uno les entregaron 25,000 francos CFA ($40) y los enviaron a casa.
Su caso llego a los titulares internacionales y provoco un debate en la television senegalesa sobre el costo de la “migracion clandestina”. Una generacion de hombres jovenes, y tambien algunas mujeres y niños, morian en el mar o naufragaban a lo largo de la costa noroeste de África.
Incluso mientras su historia se difundia, miles de migrantes mas abordaban embarcaciones con destino a las Islas Canarias.
Las piraguas senegalesas, a veces con hasta 300 personas, continuaron partiendo.
Senegal, que alguna vez fue un faro de estabilidad democratica en África Occidental, fue sacudido por violentas protestas antigubernamentales a principios de este año. Muchos de los que abandonan el pais culpan al presidente Macky Sall de sus problemas economicos y acusan a su gobierno de “vender” sus mares a empresas extranjeras.
“Si (el gobierno senegales) nos ayudara, los niños no se irian”, dice Gotte Kandji, padre de Mor Kandji, de 16 años, uno de los 27 hijos de Gotte que se encontraba entre los sobrevivientes.
“Aqui no tenemos caminos, no tenemos electricidad, no tenemos hospitales ni centros de salud”, dijo Gotte desde su casa en Diogo Sur Mer. “Estamos hartos”.
Sus dos hijos mayores emprendieron el arriesgado viaje a las Islas Canarias hace casi dos decadas, cuando eran adolescentes. Uno ya es ciudadano español. Mor soñaba con una vida exitosa en España como sus hermanos.
En el pasado, las autoridades senegalesas han procesado a padres que ayudaron a sus hijos a marcharse. Kandji insiste en que no tuvo ningun papel en el intento de migracion fallido de su hijo: “Todos los senegaleses deben considerar este viaje para no repetirlo”.
No obstante, apenas dos meses despues de que Mor regresara a casa, cuatro de los hijos mayores de Kandji abordaron embarcaciones con destino a las Canarias. Mor es ahora el unico hijo que queda en casa. Cuanto tiempo permanecera alli no esta claro.
Sin empleo, los 38 supervivientes han vuelto al punto de partida. No ven ningun futuro en Senegal y todavia buscan maneras de irse —incluso si eso significa volver a jugarse la vida en el Atlantico.
Entre ellos se encuentra Boye, uno de los pescadores que sobrevivio y que lucha por mantener a su familia. Por un lado, abordar otro barco podria dejar a su esposa viuda y a sus dos hijos huerfanos de padre. Pero si lo logra y encuentra trabajo en Europa, podria enviar suficiente dinero a casa para construirles una casa.
“Cuando no tienes trabajo, nada que hacer”, dice Boye, “es mejor irte y probar suerte”.
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Los periodistas de The Associated Press Ndeye Sene Mbengue y Zane Irwin contribuyeron con esta historia desde Fass Boye.